sábado

Alfred.

Relato publicado en:
-La antología “Leyendo entre líneas” de la editorial "Hijos del Hule".
-La revista boliviana de literatura "Malhablados - Bien Escritos".


Alfred no llegó a conocer nunca a sus padres. Estos murieron dos años antes de que él naciera. A raíz de tan triste incidente, el loro de la familia se encargó de su educación. Los primeros meses fueron fructíferos. Sin embargo, tras repetir durante quince años la misma frase, Alfred se dio cuenta de que su maestro, quizá, no sabía tanto como aparentaba. Éste fue el motivo principal que le impulsó abandonar a Tomás (así se llamaba el loro) y a ingresar en una escuela pública en la que permaneció quince años más de su vida.
Cumplidos los treinta, ya se había leído más de tres libros, coloreaba dibujos infantiles sin salirse de los márgenes y sumaba cifras de un solo dígito sin equivocarse. Algunos lo llamaban “hombre sabio”. Aunque él prefería autodenominarse como “Rabino Bob”.
Una vez finalizados sus estudios, se dedicó a la ciencia. Tras realizar innumerables investigaciones, fue el primer hombre que se especializó en reafirmar teorías ya existentes. Tales fueron sus éxitos, que ganó cierta fama entre el círculo de científicos más prestigiosos del país. Uno de sus trabajos más destacados fue; “Isaac Newton tenía razón” (teoría de la gravedad que corroboró, no con manzanas, sino con melones).
Alfred, además de inteligente, era un hombre atractivo. Pudo haber tenido a la mujer que quisiera. Pero cuando su sexualidad empezó a aflorar, se enamoró apasionadamente de un maniquí que había en el escaparate de una tienda de ropa cerca de su casa. Muchos fueron los intentos por conquistar su corazón; desde regalarle sortijas y recitarle poemas, hasta cortejarla como los palomos, hinchando la papada, sacando pecho y dando vueltas sobre su propio eje. Sin embrago, a pesar de todos sus esfuerzos, nunca consiguió que el maniquí se interesara por él. Este desamor lo volvió loco.
Al poco tiempo, cayó en una fuerte depresión. La ciencia ya no le interesaba. Había perdido el apetito. Su salud desmejoraba notablemente. Pero el punto de inflexión lo marcó el día que dejó de ser dueño de sus actos al tener que venderlos para poder pagarse el alquiler. Sin duda, empezaba la decadencia de un gran hombre. Tal es así que, una mañana de abril, decidió suicidarse arrojándose al vacío desde un primer piso. Al romperse sólo un brazo, volvió a repetir el salto desde la azotea del edificio. Esta vez, consiguió su propósito.
Con esta breve y fascinante biografía, he querido homenajear a una persona que, injustamente olvidada por la historia, merece todo nuestro respeto y admiración. Alfred, los que te conocimos, te recordaremos siempre.


Safe Creative #1002135514550

2 comentarios: